martes, marzo 16, 2004

Thomas Bernhard escribió un libro llamado El sobrino de Wittgenstein, que narra su experiencia en el hospital para tuberculosos, en el pabellón para enfermos de pulmón, junto al pabellón de los enfermos mentales, donde conoció a Paul Wittgenstein. El libro no es más que un pretexto para hablar acerca de la enfermedad, de la locura y quejarse de los compositores de música clásica, encontrando semejanzas entre la locura maniaca de Bruckner, quien escribiera sus sinfonías con una precisión matemática por demás compulsiva y su propia locura, llamada enfermedad de pulmón. Compara el genio de Ludwig con el de Paul, llamándolos a ambos filósofos, solo que al primero, de palabra, y al segundo, de acción. Sí, el primero trabajaba las ideas sobre papel; el segundo, las vivía en carne propia.

Hoy compré Mr. Vértigo, de Auster. Estoy a punto de terminar de leer su obra entera; unos cuantos libros más y estaré ante el final, ante una vida volcada sobre la escritura, un mundo de letras entretejido con la ficción de la realidad. El libro trata de un niño que aprende a volar. Así de sencillo. Justo como en la película Waking Life, el protagonista también vuela de un lugar a otro, desplazándose de una conversación sobre la conciencia a otra sobre el despertar y la bioquímica del cuerpo ante la muerte. Despertar, todos queremos despertar.

También encontré el Archipiélago Gulag; presiento la trascendencia de este libro, del ucraniano ganador del nobel en 1970, pero aún no estoy seguro del efecto que causará en mí su lectura. Narra su experiencia en los campos de concentración rusos, mucho más cruentos que cualesquier otros, incluyendo los de los nazis. El holocausto verdadero no es el que se ha llevado el mote.

Los libros son una delicia.