miércoles, marzo 10, 2004

El tedio, en definitiva, es el estado normal del hombre.

¿Cómo evitar describir los estados del alma? Suelo ser demasiado ambicioso, orgulloso y egotista al escribir sobre el hombre como especie, no como individuo. En realidad, ¿es posible hablar del hombre como tal, o será imposible hacer analogías e inferencias universales? Simplemente, no se.

Eran pasadas las 12 de la noche. Ya estaba dispuesto a dormir cuando sonó mi teléfono. E, todo borracho, me preguntaba si podía pasar un rato a platicar

–No te agüitas si paso –me dijo.
–No, caele –le respondí.

Escuché su coche todavía a unas cuadras: el sonido inconfundible de un VW. Venía a exceso de velocidad, digamos 80 para una vuelta dentro de la colonia. Inevitablemente, acaso con plena conciencia del acto, chocó contra la banqueta al dar la vuelta, destrozando el rin y la llanta delantera izquierda.
Me platicó sobre sus problemas matrimoniales (la crisis del primer año), la tentación unida a la culpa de la infidelidad, de cómo uno es una mierda y siempre lo será, el haber dejado de leer y escribir a causa del matrimonio; en fin, todo lo perdido en pro de la pareja, en detrimento del individuo.

Yo emití mis juicios, siempre bien, por gozar de la libertad de los soleteros, según él. Hablé de cómo acostumbramos mentir sin remordimiento de conciencia, de cómo hemos dejado de ser felices y vamos a la cama, por la noche, cansados y desamparados, con un aire de pérdida irremediable.

La noche se evapora en el temor del amanecer.