viernes, agosto 20, 2004

Lo peligroso de seguir las huellas del tiempo es perderse en una de ellas.
Anochece, después de una larga e intensa tormenta.
Respiro un aire pasajero, una brisa abandonada por la lluvia de agua, no de estrellas fugaces o ranas de negra piel.
En el recuerdo está la posibilidad nula del cambio; en el futuro, la información infinita del pasado.
Se anda de un sitio a otro, distante, anónimo y volátil.
No hay mayor diferencia entre algo y la nada que mera interpretación.
Llega una ola; se borra el tiempo y el espacio sobre la arena: en la transformación de algo a nada está la eternidad.

Lo mejor sería abandonarse al asalto, a la intempestiva furia de la nada.
Una mota de polvo: ¿es un punto o una esfera?
¿Un fotón –corpúsculo de luz– puede ser teletransportado a través del Atlántico?
La incertidumbre es la razón del cambio.
La duda es el alimento del pensamiento; el sueño, la oportunidad de intentar de nuevo.
Mercurio: mensajero alado.
Holst,
Mahler,
Brückner,
Beethoven.
patethique
De nada sirve el intento por algo.
A fin de cuentas, nada.

Tantas versiones del mimo cero.
Tantas aproximaciones fallidas, logradas, sobrepasadas.
Siempre certero, nunca exacto.
Redondo, ovalado, estirado.
El amor es un artífice del tiempo.
¿Realidad? La que uno crea – lo demás es lo de menos.


Hay días en los que uno deja de creer.
Días grises, morados o violeta.
Días muertos de miedo, bañados en sudor.
Días que quieren ser noches, noches que temen al día.
Días de invierno en verano, oscuros como un largo pasillo.
Días con nombre preciso, número exacto, fecha estampada sobre un tetra-pak de leche.
Ninguno lleva el cero; lo han olvidado.
Y pensar que antes del tiempo todo era nada, la Nada creadora de los universos de bolsillo donde iniciaron los días.