martes, abril 20, 2004

My life without me

Desde el primer instante en que escuché a la protagonista hablar, lo supe: es de Vancouver. Mi vida ha continuado sin mí, por lo menos aquella vida feliz que dejé una vez. Me pregunto si la vida feliz puede encontrarse de nuevo, o si es una oportunidad de un momento en la vida. Para mí, Vancouver fue la vida entera, el mundo completo dentro de unas cuantas cuadras. Habrá quienes osen reducir el mundo a un grano de arena, a un suspiro. Yo no pretendo ir tan lejos; Vancouver es suficiente para describir toda la alegría de un día lluvioso, la emoción de la primera nevada; la serenidad de ver el sol y correr hacia la playa. Supongo que hay películas que pueden parecernos no tan buenas; sobre todo las que se acercan mucho a una experiencia propia. Yo atesoro los lugares, junto con sus vivencias. No es el todo con lo que nos quedamos, sino con las partes, los pedacitos dispersos de una realidad ensoñada, deseada y, para algunos, alcanzada. La magia se muestra desnuda cuando uno decide abrir los ojos, y los abre. Porque no es la decisión la única responsable de nuestra vida, sino la vida en sí, con sus retruécanos y calamidades, sus giros y perspectivas. Desde el mirador a medio camino a Cypress Bowl, se devela el misticismo de la vida. Abajo quedó la ciudad gris, con su lluvia, semáforos y Skytrain; una capa (cama) de nubes, se extiende hacia el horizonte, bruma ligera, blanca, acolchonada. Arriba, el atardecer, con sus rojos y morados y todos los tonos que no pueden ser nombrados, porque no hay palabras, sólo miradas, y nunca es suficiente con decir te quiero sino se siente realmente. Y otras, se siente y no se dice, pero se ve, como las nubes que se despliegan ante mi vista, como el recuerdo de una vida que fue y pudo seguir siendo pero por una u otra razón dejó de serlo. La historia más aterradora: la página en blanco. (Mi versión de una línea de Peter Gabriel). Dejé de ser el que fui, el que era; la vida continúa, el recuerdo se aferra a mi espalda, a menos que tome la decisión de jugar con la realidad, de tomar las riendas de mi destino (Frase popular), seguiré enterrado en una vida que ya no es. ¿Y si supiera que en tres meses voy a morir? ¿Cambiaría mi vida o continuaría igual? La pregunta del millón, de filósofos y espirituales. Porque durante los años, interminables según nosotros, no hay tiempo para pensar, sino que andamos sin darnos cuenta, resbalando de un comercial a otro, de un centro comercial a la tienda de renta de videos, de un restaurante a un café, de la librería a la estación de camión. Siempre de un lado a otro; nunca detenidos, estáticos, en uno mismo. Yo me muevo para seguir con el ritmo de las cosas, pare evitar la entropía de la inmovilidad, el óxido en los metales, la polilla en la mesa del comedor.