sábado, abril 10, 2004

Tiempo, soledad: palabra.

Pasa el tiempo. Causa dolor darse cuenta. Causa placer estar despierto. Placer y dolor: dos caras de una misma moneda. Para vencer al dolor: eliminar a la moneda. Amar no involucra placer ni dolor. El amor se da tan de repente, sin condiciones ni frontera. Uno intenta atraparlo, sujetarlo dentro de un muro grueso y transparente. El ritmo, siempre el ritmo. La armonía reviste de un tono más intenso a la vida. La noche sigue, los ladridos se detienen, retroceden y avanzan de nuevo. El tiempo pasa de una manera discreta, sincopada.

La soledad es la única amiga del conocimiento. En compañía, los sueños se evaporan, las ilusiones se esfuman, los ídolos se derrumban. Me encierro dentro de mí mismo; afuera nada queda: todos se mueven sin estar presentes. Escribir es mirarse frente a un espejo, hablar con el otro, uno mismo, el siempre distinto. La lluvia cae más lento cuando uno está solo. Un libro se muestra sereno; otro libro abre sus páginas; luego otro, otro, siempre otro. Repetición de vidas, la misma pero distinta: los otros que son yo; yo en los otros. El yo se derrumba a favor de todos, del subconsciente colectivo, del universo unido en un mismo punto, en una gota de arena, en un grano de lluvia. La soledad destripa a la vida, cocina al conocimiento, juega, se divierte; toma una siesta.

Palabras de allá afuera; no mías, de otro. El mensaje es el espacio en blanco, la lectura del poeta, la escritura de la analfabeta. Una palabra más, un sentimiento menos. Días y días, unos mejores que otros, unos andan de prisa, otros que no les corre la vida. Días tranquilos, días de fiesta. Días, sean como sean, siempre vienen acompañados de su noche, de la reina de la palabra, la dueña del mensaje; la responsable de la negrura del blanco. Una palabra más y el universo se desbordará.