lunes, marzo 22, 2004

Hacia el cadalzo

El conteo de los días puede volverse demasiado insoportable. Acaso la única diferencia entre una vida monótona y aburrida y la fantasía de una vida plena esté en la imaginación: uno viaja siempre que quiere, no cuando puede. En la mente está la capacidad de cambiar el universo entero: todo el universo no es más que la visión personalísima de cada uno.

Ante tantas teorías posibles, ¿cómo confiar tan siquiera en una? Yo quiero creer pero, los dos peores males de la humanidad me aquejan constantemente: el miedo y, principalmente, la flojera. Es mucho más fácil pensar en lo que podría ser, en el futuro o el más allá para, simplemente, trasladar los deseos actuales por una supuesta recompensa futura. Tirado sobre la cama, mirando el televisor, me llegan tantas ideas, tantos proyectos posibles: viajes a regiones remotísimas, ayuda caritativa a las organizaciones mundiales, poemas que cambiaran a las personas de todo el planeta, negocios multimillonarios operados desde una isla caribeña, placeres sexuales satisfechos por mujeres de cuerpo escultural… Me levanto de la cama, adormilado, medio apendejado, cansado de tanto soñar. No hay más remedio que tomar una siesta, tan larga como la vida misma.

Me he dado cuenta de que no me apasiono como digo que lo hago. Hago como que hago matemáticas, como que escribo, leo y pienso. Todo parece tan banal, tan sin sentido. ¿Para qué aspirar a lograr algo, llámese como se llame, si estoy conciente de que la mayor felicidad se encuentra en una vida sencilla, vivida y no imaginada?

Ahora atravieso una etapa de supuesto estudio, de lectura y análisis; parece que la creación hiberna dentro de una gruesa capa de hielo polar. Leo sobre geometría diferencial, análisis real, los gulags y la guerra de los mundos. Todo es lo mismo, la indiferencia se ha apoderado de mí de tal manera que, las curvas y superficies, los marcianos y los prisioneros me parecen la misma historia, la de mi soledad y desasosiego.

Vivo una etapa de transición, un irme sin quedarme, un estar sin querer del todo. ¿La salvación?: la auto condena, el andar voluntariamente hacia el cadalso.