¿Y si nos estuviésemos convirtiéndonos uno en otro? ¿Puede uno doblar su identidad al grado de parecerse cada vez más a su compañero, el otro, quienquiera que sea, novia, amigo o amante? Acaso la despersonalización de la que tanto gustan hablar los académicos franceses e italianos, esté en el prójimo, no en el individuo. Somos objeto de la moda, de las tendencias de las masas, donde el individuo se diferencia al verse idéntico a los otros. Un hombre va a la tienda departamental; una mujer hace lo mismo. No se encuentran: uno sale minutos antes de que ella llegue. Adentro y afuera son conceptos relativos, demasiado simplistas para ser considerados hoy en día. La división se construye y derrumba según el paso del tiempo, de la visión de los vencedores, de los imperialistas, dominadores del mundo. Pero, invariablemente de la época, cumplen su objetivo: delimitar el más aquí del no tan allá.
Nadie puede estar en el muro: no hay espacio delimitado por él. No se está en el, sino de un lado o del otro. Ahora la pregunta interesante: ¿qué pasa cuando alguien lo cruza? ¿Qué pasa en el momento exacto de estar en el muro, sobre el muro o en la línea del muro? En realidad, ¿existe una frontera tangible, visible o apreciable por los sentidos? ¿Uno se muere, pasando por la línea de la muerte o, simplemente, cambia de un estado al otro? La etapa para dejar de fumar, ¿es gradual o de repente?
Irremediablemente se me sale lo petulante, sin intento de mi parte. Dos frases dichas a una amiga, que confirman mi aseveración: un espacio es compacto si cualquier subcubierta que lo contiene puede ser reducida a una subcubierta finita; voy al cine a ver una película de uno de los mejores actores italianos, Mastroiani y de uno de los mejores directores, Visconti, además es sobre el libro El Extranjero, que cualquier ser humana ya debe haber leído, de Albert Camus. Vaya sarta de pendejadas, ¿no?
rutinario
la vida: ficción o realidad?
<< Home