lunes, abril 05, 2004

¿Y si nos estuviésemos convirtiéndonos uno en otro? ¿Puede uno doblar su identidad al grado de parecerse cada vez más a su compañero, el otro, quienquiera que sea, novia, amigo o amante? Acaso la despersonalización de la que tanto gustan hablar los académicos franceses e italianos, esté en el prójimo, no en el individuo. Somos objeto de la moda, de las tendencias de las masas, donde el individuo se diferencia al verse idéntico a los otros. Un hombre va a la tienda departamental; una mujer hace lo mismo. No se encuentran: uno sale minutos antes de que ella llegue. Adentro y afuera son conceptos relativos, demasiado simplistas para ser considerados hoy en día. La división se construye y derrumba según el paso del tiempo, de la visión de los vencedores, de los imperialistas, dominadores del mundo. Pero, invariablemente de la época, cumplen su objetivo: delimitar el más aquí del no tan allá.

Nadie puede estar en el muro: no hay espacio delimitado por él. No se está en el, sino de un lado o del otro. Ahora la pregunta interesante: ¿qué pasa cuando alguien lo cruza? ¿Qué pasa en el momento exacto de estar en el muro, sobre el muro o en la línea del muro? En realidad, ¿existe una frontera tangible, visible o apreciable por los sentidos? ¿Uno se muere, pasando por la línea de la muerte o, simplemente, cambia de un estado al otro? La etapa para dejar de fumar, ¿es gradual o de repente?



Irremediablemente se me sale lo petulante, sin intento de mi parte. Dos frases dichas a una amiga, que confirman mi aseveración: un espacio es compacto si cualquier subcubierta que lo contiene puede ser reducida a una subcubierta finita; voy al cine a ver una película de uno de los mejores actores italianos, Mastroiani y de uno de los mejores directores, Visconti, además es sobre el libro El Extranjero, que cualquier ser humana ya debe haber leído, de Albert Camus. Vaya sarta de pendejadas, ¿no?