viernes, abril 02, 2004

Después de haber andado

Nunca llegamos
Nunca estamos en donde estamos

Octavio Paz

He descubierto que me da emoción emocionarme. Permitir el flujo de la lentitud en el tiempo apresurado de la vida, da pie a una mayor y mejor contemplación del acto, de la situación presente, sin necesidad de emitir juicios ni verdades. Ante la realidad, mejor dudar todo; en la ilusión, la creencia es el fundamento.

He reabierto mi lado femenino, mi enfoque artístico ante la vida; ellas son el complemento, la sonrisa libre, desinteresada. Sin necesidad de creer, van por la vida, afirmando nuestras creencias. Inventan la palabra, edifican la ilusión, juguetean con el tiempo: lo alargan, lo estiran, lo comprimen y le dan vueltas, bailoteando alrededor de él. Ellas son el tiempo derramado, la llama incinerada, la gota de nada escurriendo hacia dentro, tan dentro que todo se llama nada.

He visto la ciudad ardiendo, la Minerva fracturada, enyesada, el polvo de los niños tras sus pelotas, la mano del anciano sobre la palanca de velocidades de su BMW, el llanto de los pájaros, la sonrisa de la luna, el olor de tu mirada…

He oído a la noche arrebatar el brillo al día, al búho danzando sobre su inmovilidad de plumas y estrellas, a la madre que amamanta al niño que sueña que vive en un mundo raro.

He andado por rincones lejanos, especiales, abandonados, recordados, esperados, naturales, evocados, alabados, negados, artificiales; he andado tanto que no se donde estoy.
Me atrevería a decir: estoy en ti.



Puede ser que la escritura sea una manera de afirmar nuestras creencias, de retroalimentar nuestras ideas. He comenzado a necesitar de una segunda opinión sobre mis conjeturas: la única manera de constatar la realidad, es confabulando unos con otros, asintiendo ante verdades acordadas, no evidenciables.