miércoles, marzo 24, 2004

Volcán conducido

–Sólo te he visto hacer dos cosas con tanta calma con tus manos: cocinar y armar un gallo –me dijo Pablo mientras me veía cortar una cebolla morada tan fina como era posible.
La cocina, o mas bien, el arte culinario, es una región donde se vive todo el placer, la intuición y la ciencia posibles. Un buen plato tiene armonía, estética, color, forma, textura, sabor, olor,… en definitiva, el arte por excelencia, el que permite la contemplación y apreciación por la mayor cantidad de sentidos. Además, su carácter temporal, arte destinado a no vivir mas que unos instantes, lo reviste del sentido del arte verdadero: la contemplación sin necesidad de aprehenderlo, de conservarlo como posesión para sentir que lo hemos disfrutado. Acaso sea un punto demasiado romántico, à la Goethe, quien prefería contemplar un rosa a un lado del camino, a cortarla y llevarla a casa. ¿por qué la posesión del arte, si es suficiente con la contemplación? Idea disparatada para este siglo, supongo. Puede que yo también viva en el siglo XIX, o mucho antes quizá. Aun me detengo a contemplar una hormiga que anda sin parar, cargando una carga de cuatro veces su tamaño. Y las mujeres: esa deliciosa compañía que brindan, esa mirada, su piel tan suave, de regiones inexploradas…