jueves, marzo 25, 2004

No escribía para publicar. Escribía porque le ayudaba a pensar.

Un filme de amor es la historia más bella de la cinematografía brasileña. No hay palabras para describir a la luz, a las líneas y colores de los plano secuencias: el blanco inunda de blanco la pantalla, más blanco que el resplandor de un electrón; el rojo juguetea con el verde; el negro resbala sobre un cable gris, retorcido y con decisión. Armonía: conjunción de las Tres Gracias griegas. Un filme de amor, un compartir poesía, filosofía, lingüística y soledad inseparable del placer, el amor y la belleza. Armonía: ritmo de la vida.
En esta historia cualquier acción dura lo que debe durar: si una mujer ha de caminar una cuadra, la anda entera; si la causa de mirar el mar es descansar la vista sobre el infinito y su tiempo es tranquilo y relajado, así también pasa aquí.
Lo que más me gustó de la película es el relato que me contó Pol sobre la participación y agradecimiento del director hacia el público, al finalizar la película. De haber comenzado la proyección con un auditorio lleno, al final de la misma no quedaban más de quince espectadores. Después de los créditos, la organizadora comenzó a disculpar la ausencia del director, quien estaba anunciado para estar en la sala. En eso se levanta de entre el público un viejo, de unos sesenta años, quien dice, en portugués:
–Yo soy el director.
La organizadora le pregunta que si habla español, a lo que contesta
–No.
Y, relajadamente, se dirige al público y les comenta que esa película le había llevado quince años, que ya había hecho unas treinta películas en Brasil y sobre cómo era una película de autor, sobre el amor y cómo la gente en estos tiempos ya no tiene la paciencia para tomarse el tiempo.
Me gusta recordar esta historia, porque así veo a Pol contándola, con su ligera sonrisa juguetona, su dulce mirada tentadora, sus sueños sabios reflejados sobre la pupila izquierda.
Si Imre Kertesz fuera director de cine, aseguraría que él dirigió y escribió Un filme de amor.