viernes, mayo 21, 2004

Traducciones, de vuelta a la poesía

Días y días. He comenzado la traducción de los poemas de Stig Larsson. Cuando aparece una frase bien lograda, vale la pena seguir con la poesía. Parece que traducir puede ser más complicado que escribir uno mismo. Es necesario adentrarse en el otro, en el autor externo, y comunicarse con el otro, el yo, autor interno, para encontrar la ruta de la poesía, la vereda de ningún sitio a ninguna parte. Volar frente a la escritura indescifrable, plasmarla sobre la hoja en blanco, con el mismo miedo de la escritura que aún no se conoce, con la esperanza de hallar una que otra línea que valga la pena. La traducción, las matemáticas. Los lenguajes son hermosos, llámense como se llamen. Así, es igual de valioso el simbolismo de un niño a el refinamiento de un matemático puro.

Traducir es escribir dos veces

Uno vive en el otro: la noche
siempre ha cobijado al día.
Nacer
es una broma interminable
instantánea y ciega.

La poesía pierde sentido
al ser analizada demasiado
detenidamente.
La emoción y el placer
–armonía e incredulidad
son factores decisivos
en el momento de traducir un verso.

Pero cuando una frase aparece
un pasaje se revela
–una acción, un accidente
la sonrisa llena la palma de mi mano
y un suspiro, por demás tenue
recupera la memoria del desconocido.

Palabras más, silencios menos:
la humanidad se regenera
al compartir las lenguas.

He vuelto a la poesía: el éxtasis del otro, de la otredad dentro de uno mismo. Tan hondo que parece sin final. El vértigo del descenso, la escalada hacia la cumbre. Llegan las palabras, abandonan la casa, juguetean entre mis dedos, se deslizan hacia fuera, lejos del cerebro, sobre el corazón. La hoja recupera su sentido. ¿Para qué tener espacios en blanco si no se les puede llenar? El objeto del juego: venerar al espacio, cubriéndolo con abiertos infinitos.