sábado, noviembre 06, 2004

No puedo creer que me esté volviendo viejo. Si, el rendimiento físico ha comenzado a disminuir: la espalda da molestia ante situaciones por demás prolongadas o fuera de la rutina; la concentración para pensamientos intensos es cada vez más borrosa, desvanecida, difusa o somnolienta; la mano cansada, la caída sonrisa, el letargo presente más a menudo entre las pausas de vigilia y trabajo. El sentido de la vida, aquel “sentido” tan comentado hace unos cuantos años, ni siquiera demasiados, se ha ido transformando en metas económicas y sociales a corto y largo plazo. Ya es más común, conforme se aproximan los años y se van amontonando unos en otros, hablar de hipotecas, pagos mensuales, seguros de vida –por temor a la muerte–, contratos civiles y sociales. Poco a poco he ido perdiendo la confianza en la creencia, mis ojos se han ido replegando para dejar la pupila ausente, dilatada y cubierta por venitas rojas, rojísimas, sobre córneas cristalinamente blancas. Absurdos: entre más conozco menos se. Tan siquiera me gustaría conservar la creencia, debatirme ante los otros, orgulloso de tener una verdad verdadera, aunque sea en mi personalísimo universo inventado, creado al detener la mirada sobre y dentro de él, porque sino, ¿cómo haría para inventar un espacio que no puedo ver?

Me debato ante la indecisión, procrastinating, hago nada. ¿Cómo es posible que un amor, una ilusión considerada como verdadera, única en su momento, se vuelva ligero recuerdo, a lo mas? No hay respuesta confiable; debates, memorias, recuerdos, alegatos, apuestas, sonrisas discretas, a lo mas. Mi última omisión fue en Paris; antes de eso: Londres, Guadalajara, Vancouver, Minnedosa.
Dos veces he ido en busca de la mujer que amo; las dos veces regresé llorando. Realmente, no a manera de ambientación trágica y gris, fue dentro de las temperaturas extremas del mundo: desde treinta bajo cero hasta cuarenta y dos infernales grados. Será el vacío de acercarse al barranco, el sabroso sentimiento de sentirse tan lejos de la media, en los valores extremos, las ganas de mostrar algo, a alguien y por algo, sin saber cómo determinar ni por qué o a quién lo indeterminado, lo que me pone de cara al abismo, impulsándome por dentro pero aferrado al cuerpo y a la supuesta vida, dada o tomada, según sea la creencia o la falta de ésta. Después de varios años en el rally, me siento cansado, aun cuando la meta no se ve ni poquito cercana. Dubitativamente, me hago a un lado para ver pasar a los demás. En la permanencia está la esclavitud; desapareciendo es como uno se encuentra.