sábado, octubre 30, 2004

Después de escuchar a Baraka

Aun cuando siempre llevo prisa, ansioso por tener que ir a otro lado, me detengo un instante para dejar de lado la trascendencia. Volteo hacia la mesa de enfrente, escucho el ritmo de los tambores tocados por Lidia, rozo ligeramente el hombro de la mujer que amo, con la cual el amor se reinventa cada vez, siempre distinto, siempre vivo. Nos alejamos, nos separamos y nos volvemos a unir, cada vez distinto, como dos animalitos que, asustados uno del otro, comienzan a acercarse y a dejarse domesticar por el otro, cediendo un poco de su espacio vital, de su libertad para cumplir los antojos más solos sin ser necesariamente solitarios. Juntos, nos volvemos uno, otro, siempre otro. Al final, no hay mayor distancia que la de nuestras almas hermanas. Nos miramos y sabemos que sabemos aunque pretendamos negarlo. Ante lo que no se puede hablar, mejor un abrazo.

¿Dónde está lo que sobró del iceberg?
Minutos y segundos, traslapados por incidentes azarosos,
fortuitos y sincronizados con el universo de lluvia negra,
espadas claras, copos de nieve de tenues brillos azulados.
Abajo del mar se esconde la verdad, la vida, la otra vida.
Acá arriba, la relatividad ya nos jodió.

¿De dónde vienes cuando dices que te vas?
Sobre la isla desierta, no eres nadie mas que tú.

La importancia de mantener un diario es que uno se puede dar cuenta, sin el auxilio de la memoria, de lo que uno fue y, especialmente, en qué se ha convertido.